Bienvenidos un día más a este pequeño rincón de la Red de Redes, en el que intentamos hacer que la Historia sea comprensible (e incluso divertida) para todo el mundo. En este nuevo año, nos hemos propuesto sacar a la luz a todas aquellas personas que merecen un mayor reconocimiento por nuestra parte, comenzando por la escultora Anna Coleman Ladd.
Anna Coleman Ladd, el ángel de la Primera Guerra Mundial
Seguramente os estaréis preguntando quién es Anna Coleman y porque la calificamos de esa manera, no os impacientéis, ahora mismo os lo explicamos.
Anna Coleman Watts, fue una escultora y retratista norteamericana que ayudó a multitud de soldados al final de la Primera Guerra Mundial. ¿Qué tiene que ver una escultora con estos soldados? Mucho más de lo que pensáis, ya que Anna permitió a muchos de estos hombres retomar una vida normal después de prestar servicio a su país durante la primera gran guerra.
Y es que Anna(la cuál se mudó junto a su marido Maynard Ladd a Francia, tras ser nombrado director de la Oficina de Niños de la Cruz Roja americana), aprovechó todo su talento para crear máscaras con las que los mutilados pudieran esconder las horribles heridas que la guerra había dejado en su rostro. Un trabajo, que comenzó llevar a cabo tras descubrir la fantástica labor que
Francis Derwent Wood llevaba acabo en el Departamento de Máscaras para Desfiguración Facial en París.
¿Cómo realizaba este tipo de máscaras?
El proceso para realizar este tipo de prótesis o máscaras, se llevaba acabo en tres etapas diferentes:
- En la primera tomaba las medidas de la cabeza y la cara del soldado, para que la máscara se ajustara lo mejor posible a su fisionomía.
- Después trasladaba estas medidas a arcilla, cubriendo esta con una capa delgada de cobre para obtener la prótesis deseada.
- En la última etapa, se coloreaba el cobre con un tono similar al de la piel del soldado y se le agregaban todo aquellos elementos (bigote, pestallas, pelo) que fueran necesarios para darle una mayor naturalidad. Por último se colocaban los elementos para sujetarla, cintas, cuerdas o gafas, y se le hacia entrega de ella a su dueño.
Una fantástica labor, que fue reconocida en 1932 con la distinción de Dama de la Legión de honor por el Gobierno francés.