Tiene lugar el 11 de septiembre de 1297 en el puente de Stirling, entre el conde de Surrey, que defiende los intereses de Eduardo I de Inglaterra y William Wallace, que capitaneaba a los highlanders.
Wallace en el sur y Moray en el norte llevaban tiempo luchando para liberar a su país del yugo inglés. Warenne había vencido a los montañeses en Dunbar pero ahora Wallace y Moray se unen para presentarle frente de nuevo. Los ingleses eran más numerosos y desde luego estaban mejor preparados y más disciplinados que los rudos escoceses. Pero Wallace era un buen estratega y mejor caudillo; y sus hombres le seguian ciegamente. Hace que sus tropas acampen en la abadía de Craig mientras los ingleses lo hacen al otro lado del río Forth. Los highlanders, a pesar de su bravura, temen a ese interminable ejército. Y es la arenga de Wallace la que les da la fuerza necesaria para emprender la lucha. Cuando llega un emisario inglés conminándoles a que desistan de la batalla Wallace le contesta:
«Volved con vuestros hombres y decidles que hemos venido a luchar para liberar a nuestra patria»
Los ingleses cometen el error de menospreciar al enemigo y empiezan a luchar a destiempo mientras Wallace contiene a sus hombres con sangre fría y templanza y les hace esperar a que el enemigo cruece el puente. Los escoceses se lancen a la lucha al grito de Wallace de «Alba go brath» (Escocia para siempre), y consiguen matar con sus claymores y poco más a cinco mil ingleses.
Allí nació la leyenda de William Wallace y en la abadía de Craig se encuentra un monumento a su valor en la lucha por la liberftad de Escocia.