En 1860 presenta el artículo “La beneficencia, la filantropía y la caridad” en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, aunque lo firma con el nombre de su esposo. El artículo gana el primer premio pero la sorpresa del jurado es enorme cuando abren la plica y descubren que está escrito por una mujer. Salvan la papeleta dando el premio a Fernando García, que es el nombre que aparece en la firma, y el hijo mayor de Concepción, muy joven todavía para escribir cosas como esas. Pero lo importante es que la Academia lo edita.
Trabajadora infatigable, crea la rama femenina de las Conferencias de San Vicente de Paul, que atendía a los enfermos y niños abandonados. Escribe el manual “El visitador del pobre”, que se convierte en la guía de las Conferencias de San Vicente de Paul en toda Europa.
Poco a poco la gente se fija en ella y el gobierno la nombra Visitadora en las prisiones de mujeres. Después de ver el estado de las cárceles escribe “Cartas a los delincuentes”, en donde aboga por la reforma de algunos artículos del Código Penal. No tardan en destituirla de su cargo. La verdad nunca ha sentado bien a nadie y menos al poder.
Con la revolución de 1868 el nuevo gobierno la nombra Inspectora de las casas de corrección de mujeres de Madrid. La revolución viene cargada de buena voluntad, pero casi nada de lo planeado tiene luego sitio en la vida real. El gobierno le pide que redacte las bases para una ley de la beneficencia y cuando presenta el borrador, es cesada casi inmediatamente de su cargo. Nunca más ocupó cargos oficiales pero siguió trabajando y manifestando sus ideas en donde podía, sobre todo en “La Voz de la Caridad”, una publicación que ella misma había creado.
Cuando en 1857 la Academia de Ciencias Morales y Políticas convoca un concurso con el tema ¿Habría que establecer en el Golfo de Guinea o en las Islas Marianas colonias penitenciarias como las inglesas de Botany Bay?, el trabajo de Arenal resulta premiado, a pesar de haber tenido la valentía de rechazar el colonialismo de prisiones.
Nunca se privó de criticar las leyes españolas que discriminaban a la mujer. Su prestigio aumenta, pero sobre todo en Europa, mientras que en España se le hace el vacío. Acaba desengañada de la vida en la capital y se traslada a Gijón con su hijo Fernando y juntos crean círculos obreros, además de que allí sigue desarrollando su trabajo de penalista. Morirá en Vigo en el año 1893.