Hablar, del que hasta hacía unos años había sido el todopoderoso emperador de Francia, era una tarea casi imposible en aquel abril de 1817. Todo el mundo, parecía tener miedo a realizar el más mínimo comentario acerca del que, desde hace un par de años, vivía confinado en la lejana isla de Santa Elena.
¿Cómo poder llegar hasta allí sin levantar sospechas? Y lo más importante ¿cómo hacerlo sin ayuda de las instituciones oficiales? La verdad es que nuestra tarea no parecía nada fácil a simple vista, ya que, todas las puertas se iban cerrando a nuestro paso.
Cansados de tantas negativas y pensando en la forma de volver a casa, un giro inesperado del destino, trajo la solución a todos nuestros problemas, en una taberna del viejo París. Se llamaba Le Vieux Sanglier y estaba en una de esas callejuelas, a las que acudían los estratos más bajos de la ciudad de la luz. Sedientos y apesadumbrados por no conseguir la más mínima información de Napoleón, nos dejamos caer en la primera mesa limpia (algo bastante complicado) que encontramos en el lugar y pedimos algo de beber.
Tras soportar las miradas inquisidoras de los parroquianos, la muchacha que se encargaba de servir las mesas con una elegancia inusitada, posó 2 vasos de terracota, con el mejor licor del establecimiento, que bebimos con avidez. Lo que no podíamos sospechar, es que la encantadora jovencita, había deslizado un papel en uno de nuestros bolsillos, en el que aparecía una dirección y una hora.
¿Era buena idea acudir a la cita? ¿Qué podríamos encontrarnos en ella? Nunca lo sabríamos si no acudíamos al encuentro. A la hora estipulada, un hombre, nos indicó que le siguiéramos por un sinfín de callejones, hasta la entrada trasera de un suntuoso jardín, en el que nos esperaba el autor de la nota.
–Bienvenue mes amis, a mi pequeño rincón de recreo. ¿Sois vosotros los que queréis conocer al emperador?
–Merci Monsieur, efectivamente, nosotros somos lo que desean encontrarse con el más grande conquistador de todos los tiempos.
-Y si no es mucha indiscreción ¿Cuál es la causa de tal interés?
-Somos unos grandes admiradores de la obra del emperador y nos gustaría poder conocerle antes de que abandone este mundo.
-Así que admiradores… ¿y por qué tengo que creer en las palabras de 2 extranjeros a los que no conozco de nada?
– Porque venimos desde una de las tierras a las que quiso conquistar, España, para llevar su mensaje y hacer comprender a nuestros compatriotas, que actuaba de buena fe, buscando el engrandecimiento de España y sus habitantes.
-¿Españoles? Qué sorpresa, pensaba que lo aborrecían de la misma manera, que ahora lo hacen miles de ingratos que no supieron valorar su obra.
-¿Podríais entregarle nuestras preguntas y traernos su respuesta en cuanto fuera posible?
-Me habéis caído bien, y dada vuestra admiración por Monsieur Napoleón, conseguiré introduciros en el próximo barco de relevo que vaya hasta Santa Elena.