Medusa, es posiblemente, uno de los monstruos de la mitología griega más conocidos por el gran público. Una fama que debe en gran parte, a la particular habilidad que poseía su mirada y a la gran cantidad de representaciones, que se han hecho sobre ella o su muerte a lo largo de la historia del arte (como por ejemplo la espléndida imagen que usamos para ilustrar este artículo, cual fue pintada por el genial pintor barroco Caravaggio)
Es bastante probable que todo aquel al que le preguntemos que saben acerca de Medusa, nos contará la misma historia sobre ella: que era una mujer de aspecto horroso, cuyo pelo era una enorme maraña de serpientes y que su mirada podía convertir en piedra a todo aquel que tenía la mala suerte de cruzarse con ella.
Pero ¿fue siempre así? La verdad es que no, Medusa, una de las tres hermanas gorgonas, una vez fue una hermosa y demasiado orgullosa jovencita, cuyo terrorífico aspecto (el que todos conocemos actualmente) se debe a la ira de los dioses.
Concretamente la de dos de las diosas más importantes del Olimpo, Atenea y Afrodita, que por diversos motivos, como por ejemplo vengar una ofensa en el primer caso o pura envidia en el segundo, convierten a Medusa en un la monstruosidad tan fea como sus queridas hermanas gorgonas.
¿Cómo eran las gorgonas?
Según nos cuentan los autores clásicos, su aspecto no era demasiado agradable a la vista, ya que su cuerpo era bastante similar al de un lagarto, tenían unos colmillos similares a los de los jabalís, sus manos eran de pesado bronce y sus alas, que eran de oro, no les permitían alzar el vuelo.
Además de nuestra Medusa, existían otras 2 gorgonas, llamadas Esteno y Eurília, cuyo aspecto es el que os hemos descrito arriba y cuya diferencia principal con la protagonista de nuestro artículo, es que ellas si poseían la inmortalidad.
Ese pequeño detalle, fue fundamental, durante su encuentro con el héroe y semidiós Perseo (no confundir con Teseo) ,el cual gracias a la ayuda de los dioses y las herramientas que le prestaron, consiguió vencer su mirada petrificadora y cortarle la cabeza, para llevársela como prueba de su valentía al rey Políctedes.
Aunque su cabeza es separada de su cuerpo, el efecto de su mirada sigue perdurando. Es por ello que Perseo, la mete en un zurrón para llevarla a la corte, donde al mostrarla, todos quedan convertidos en piedra.
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