Durante mucho tiempo se nos ha enseñado que la Edad Media era una época oscura, un tiempo en el que todos los saberes de la época clásica se perdieron, pero lo cierto es que durante esta época el mundo místico estuvo muy presente, aunque a su manera.
La Alquimia
A casi todos nos suena la alquimia, la «ciencia» que quería convertir el metal en oro y que hemos visto en el cine decenas de veces, pero la alquimia tiene que ver con muchas otras cosas.

Se dice que la alquimia es una precursora de la química, algo que es cierto, peor en la Edad Media fue mucho más que eso, fue la precursora de la ciencia tal y como la conocemos.
En una época en la que la ciencia tal y como la conocemos no estaba demasiado bien vista, en España la Inquisición estaba siempre al acecho, la alquimia fue la válvula de escape para aquellos con inquietudes científicas y con formación, los cuales eran una minoría.
Tanto es así que incluso papas como Silvestre II estuvieron relacionados con la alquimia, haciendo que la ciencia islámica se incorporara a la cristiana, mezclando esta ciencia con otras ciencias «paganas» como las del mundo clásico, puesto que hasta el siglo XIII la alquimia lo que hizo fue acumular saberes antiguos, sin incorporar nuevos.
Roger Bacon, el primer alquimista medieval
Durante toda la Edad Media hubo muchos alquimistas, pero podemos decir que Roger Bacon fue el padre de todos ellos, el más importante.
Bacon vivió a lo largo del siglo XIII, fue muy longevo, y era un fraile franciscano de Oxford. En esta unión de ciencia, ocultismo y fe de la que os hablaba antes, Roger Bacon destacó en el estudio de la óptica y de la lengua.

A este franciscano se le atribuye el inicio de la búsqueda de la famosa piedra filosofal e incluso del elixir de la vida. Podemos decir que buscaba la inmortalidad del hombre, algo que no se podía conjugar con la fe.
Ese choque entre lo que podemos llamar «protociencia» o ciencia a secas, pero más primitiva que la que nosotros conocemos y la fe, hacen que estos religiosos y todos aquellos que están interesados en encontrar la inmortalidad tuvieran que iniciarse en el ocultismo, que se tuviesen que esconder de las autoridades.
La alquimia se convierte en algo oscuro
Recapitulando, hemos visto como el ocultismo va ligado con la alquimia, un ocultismo que se hace más fuerte por necesidad, puesto que los alquimistas comienzan a ser perseguidos.
Los alquimistas convierten su «ciencia» en ocultismo cuando los adeptos tienen que jurar que no van a contar a nadie lo que los otros alquimistas le enseñan. Incluso tienen que jurar por su vida, aunque lo cierto es que no conocemos casos de alquimistas que hayan muerto a manos de sus compañeros por contar sus secretos a los profanos.

El conocimiento que obtienen, además, no se transmite de manera que se pueda entender fácilmente. Para adquirir los conocimientos alquímicos hay que conocer una serie de símbolos o, dicho de otra manera, que, aunque un profano se diera de bruces con ellos no sería capaz de interpretarlos sin un maestro que le hubiese enseñado a hacerlo.
Aurora consurgens, un libro de alquimia medieval
La unión entre esoterismo, ciencia y religión se ve muy bien en un libro del siglo XIII llamado Aurora consurgens.
En este libro se nos muestra el proceso de transmutación de los metales y no se sabe quién es el autor real, aunque se cree que el mismísimo Santo Tomás de Aquino podría ser la persona que lo escribió.